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29.10.06

Berlin suspende la "Opera Idomeneo de Mozart" por miedo al Islam

Europa ha de esclarecer qué comporta entenderse con el mundo musulmán partiendo de principios que son inalienables

Respeto pero no coacción

Aveces hay que ser repetitivo. Conviene serlo cuando hay que salir al paso de hechos que afectan a algo tan sustancial como el Estado de derecho, el disfrute de las libertades fundamentales.

Se están sucediendo con demasiada frecuencia acontecimientos que obligan a la claridad. A tomar partido, sí. A ejercer un esfuerzo por discernir lo que es esencial y lo que no. Por ver hasta dónde se puede dialogar, buscar un entendimiento. Y a qué obliga conseguir la convivencia cívica en paz.

En Europa ha llegado el momento de esclarecer qué comporta el respeto de la multiculturalidad. Sobre todo cuando ésta afecta ya a algo tan básico como la libertad de conciencia y a algunas de sus manifestaciones más visibles e inalienables: libertad de palabra, de exposición de las ideas, de creación artística.

Sin este posicionamiento previo, no es correcto enfrentarse a lo ocurrido con una distancia de tan pocos días. Primero por unas palabras del Papa Ratzinger; después por la decisión de cancelar la representación en la (fantástica e increible) Ópera de Berlín del Idomeneo de Mozart.
Porque de ideas se trata en el caso de Benedicto XVI; de creación artística en el de la Ópera de Berlín.

Todavía estamos envueltos en el debate sobre la cita histórica del Pontífice en un acto académico de la Universidad de Ratisbona, que no sólo provocó polémico rechazo sino desabridas, a veces agresivas manifestaciones de ira.

Y se produce ahora lo de Berlín. El islamismo está aquí, en Europa. Actuante, como aportación o como problema. No nos engañemos, no es la Europa de hace cincuenta, treinta años.
Hablar de choque o de diálogo entre civilizaciones queda bien. Pero mejor si se desciende a lo concreto. Y esto comienza ya a tener una historia, una continuidad que nos lleva por una parte al asesinato en el 2004 del cineasta holandés Theo van Gogh por un fanático musulmán; a las reacciones desmesuradas por la publicación de unas caricaturas de Mahoma en el periódico danés Jillands Posten en el 2005; a las amenazas contra la diputada holandesa de origen somalí Ayaan Hirsi Ali por sus denuncias sobre la violencia física y psicológica que padece la mujer en gran parte del mundo musulmán.

Todos estos hechos tienen algo en común. Es la presencia dentro y fuera de Europa de un islamismo fundamentalista que rechaza airada o violentamente cualquier tipo de libertad de criterio crítico referente a la religión mahometana. Lo sagrado como intocable, concebido como suprema ley, absolutamente incompatible con los principios legales de secularización que rigen en los estados de la Europa actual.

Es un tabú que no tendría el carácter alarmante con que merece ser entendido si no fuera acompañado por algunos, casi ya apremiantes, aspectos. Incide de manera creciente en las relaciones con un mundo musulmán que el activismo radical islámico orienta contra Occidente, utilizando una mezcla de victimismo y exigencia de rendición de cuentas. Y se traduce frecuentemente en uso de la violencia. El sustrato de los grandes atentados siempre está presente. Y existen presiones o actos criminales aislados como el asesinato de Van Gogh.

Esta realidad crea en algunos sectores de la opinión europea una especie de complejo de culpabilidad que no ayuda ni siquiera a una aportación sincera y conveniente respecto a las injusticias y desigualdades históricas y presentes, en las cuales existe una responsabilidad occidental que no es adecuado callar. Y que sin duda han contribuido a la extensión misma del fundamentalismo islamista.

Comportamiento que, además, contribuye a amordazar la autocrítica en el mundo musulmán. En los casos citados, ha sido frecuente una actitud poco digna de abdicación, alegando respeto al otro mientras en estados musulmanes eran detenidos periodistas o intelectuales discrepantes y se desataban enfebrecidas olas de violencia.

En el episodio de las caricaturas de Mahoma publicadas por el Jillands Posten,el director del periódico apoyó a los dibujantes pero acabó pidiendo disculpas. Y el jefe del Gobierno danés, que no podía legalmente manifestarse contra la libertad de prensa, hizo malabarismos para detener en lo posible la ola de furia de musulmanes.
Más tarde, los caricaturistas implicados fueron discretamente alejados. Aunque parte de la prensa europea publicó las caricaturas en acto de solidaridad y la Comisión Europea recordó que la libertad de prensa es un derecho fundamental.

Más turbio fue lo ocurrido con la diputada Ayan Hirsi Ali. En Holanda. La Holanda pionera de las libertades cívicas. Estaba amenazada ASTROMUJOFF con seguir la funesta suerte del cineasta Theo van Gogh, con quien colaboró en la creación de la película Sumisión sobre la condición de la mujer en las sociedades sometidas a las prácticas coránicas.

Mario Vargas Llosa publicó en El País un artículo valiente sobre su caso. Trataba sin ambages de las argucias legales con que la ministra del Interior consiguió desposeerla de la ciudadanía holandesa y, por tanto, de su condición de diputada, que lo era por el mismo partido de la ministra. Previamente, un juez había sentenciado a favor de los vecinos de Ayan Hirsi Ali que pedían que abandonara el piso donde vivía "por el peligro de que terroristas islamistas incendiaran o bombardearan el edificio", como decía Vargas Llosa.

La ex diputada se trasladó a Estados Unidos. Progresivamente descubrimos una cara turbia en la Europa de las libertades, del derecho de acogida. Ley, tolerancia, civismo, sí, pero según cómo. En nombre del respeto, prevalece la impiedad religiosa casi bajo sospecha de culpa. Permisividad social, sexual.

Pero respecto al fanatismo islamista, mucho cuidado. Aparecen prudentes distingos, argumentaciones casuísticas. Por lo menos lo ocurrido en Berlín desmonta ambigüedades.

La directora de la Ópera lo ha dicho sin pelos en la lengua: Idomeneo de Mozart en la versión de Hans Nuenfels no se representará porque la seguridad de los artistas y del público pasa por delante de la libertad artística, ya que Nuenfels añadió un final en que aparecen degolladas las cabezas de Cristo, Buda, Poseidón y Mahoma.

Así que, miedo. Autocensura en la impecable democracia alemana. Premio al fundamentalismo, al terrorismo islamista. Y mal punto de partida para el diálogo que en la misma capital alemana ha comenzado entre el Gobierno y dirigentes musulmanes.

La voz no le ha vacilado a la canciller Merkel al expresarse contra la decisión de la directora de la Ópera de Berlín. Ni al ministro del Interior, Schäuble, que habla de una decisión ridícula, estúpida, inaceptable.
Bien. Como Idomeneo no pasa, valen Las bodas de Figaro.Mozart, al fin y al cabo. Susanna, Querubino, el Conde, la Condesa, que no traen problemas. Aquel ligero, desenfadado "per finirla lietamente / e all´usanza teatrale / una azion matrimoniale / le faremo ora seguir".

Recuerdo a Cioran: "¿Dónde encontrar en otra parte (que en Europa) a un Monteverdi, un Bach, un Mozart? Gracias a ella (la música) Occidente revela su fisonomía y alcanza su profundidad".
Y Occidente es en esto Europa con absoluta primacía, la Europa ahora dubitativa, insegura.

Se cumplen este año doscientos años del nacimiento de John Stuart Mill, que escribió en Sobre la libertad:"Todo lo que tiende a destruir la individualidad es despotismo (...), tanto si se pretende imponer la voluntad de Dios como si se quiere hacer acatar los mandatos de los hombres". Nada que añadir.

Fuente: La Vanguardia




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