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14.1.07

LA ISLAMIZACIÓN DE EUROPA

O EL ISLAM SE EUROPEÍZA O EUROPA SE ISLAMIZA

Hace sólo unos pocos años, atentados terroristas en Occidente en nombre del islam, como los del 11 de septiembre, hubieran parecido fantasías de un escritor de novelas policíacas.

Nadie se hubiera imaginado que un atentado de islamistas pudiera inclinar unas elecciones generales de un país europeo [Mr. Pryce-Jones da por sentado que los autores del 11-M son islamistas], que un cineasta holandés pudiera ser asesinado en la calle por una película sobre vejaciones a las mujeres en el islam, o que se pudiera ver en televisión la decapitación de rehenes occidentales por hombres al grito de ¡Allahu Akbar! cuando cometían las atrocidades.

Pakistán tiene ahora la bomba nuclear y esta arma es mencionada por muchos como la bomba islámica. A juzgar por sus declaraciones, los líderes islamistas de Irán están deseosos de perfeccionarla y usarla.

Actualmente no está claro si la ira religioso-ideológica que es la fuerza causal de esos procesos tiene límites, si puede conseguir todavía movilizar a enormes masas musulmanas, o si puede ser desviada o destruida. Lo que está claro es que un fenómeno que al principio parecía una nube como una mano de grande se ha convertido en una crisis con implicaciones globales.

¿Esta crisis equivale a un "choque de civilizaciones"? Mucha gente rechaza esta noción por demasiado general o completamente engañosa. Sin embargo si se aplica a la situación de Irak o a la guerra contra el terror, la frase es apropiada en tanto porqué describe de lo que sucede hoy en Europa.
Como Yves Charles Zarka, filósofo y analista francés, ha escrito: "Tiene lugar en Francia una fase central del encuentro más general y recíprocamente conflictivo entre Occidente y el islam, que sólo alguien completamente ciego o de extremada mala fe, o quizás de pasmosa candidez, podía dejar de reconocer."

En opinión de Bassam Tibi, intelectual de origen sirio que vive en Alemania, los europeos se enfrentan a una cruda alternativa: "O el islam se europeíza, o Europa se islamiza."

Yendo más lejos, el destacado historiador Bernard Lewis ha reconocido que el choque puede estar concluido a fines de este siglo cuando, si continúan las actuales tendencias demográficas, la misma Europa será musulmana.

La situación actual se ha gestado durante un periodo de varios siglos. Durante la mayor parte de ese tiempo, por supuesto, el encuentro entre los musulmanes y Occidente fue favorable a éste último, en lo militar y lo cultural. Lo que no quiere decir que los europeos de épocas anteriores fueran ciegos al peligro planteado a la civilización occidental por un islam resurgente. Observador atento, Winston Churchill, escribió sobre el islam –o el mahometismo, como se llamaba entonces– en The River War (1899):
No existe una fuerza retrógrada más fuerte en el mundo. Lejos de estar moribundo, el mahometismo es una fe militante y proselitista. Se ha extendido ya por África Central, produciendo indómitos guerreros a cada paso, y si no fuera porque la cristiandad está protegida por las fuertes armas de la ciencia... la civilización de la Europa moderna podría caer, como cayó la civilización de la antigua Roma.

Hilaire Belloc tuvo posteriormente premoniciones semejantes en The Great Heresies (1938):

¿No volverá quizás el poder temporal del islam y con él la amenaza de un mundo armado mahometano que sacudirá el dominio de los europeos –todavía nominalmente cristianos– y reaparecerá otra vez como el enemigo principal de nuestra civilización? ... Puesto que tenemos aquí una religión muy grande, paralizada físicamente, pero en lo moral intensamente viva, estamos en presencia de un equilibrio inestable.

Para estos lejanos observadores, sin embargo, creian que se podía contar con que la superioridad cultural y militar occidental prevalecería, al menos en un futuro predecible. (Belloc es recordado mejor por su frase pedante: ("Tenemos el fusil Gatling y ellos no.") Que prevaleció durante una buena parte del siglo XX.
En los últimos decenios, sin embargo, otro proceso histórico ha operado alterando el cálculo del poder.

El islamismo contemporáneo podría ser descrito como el esfuerzo para enderezar y dar la vuelta a la antigua derrota del poderío musulmán a manos de la civilización europea (es decir, cristiana). Hacia esa meta ha caminado por dos cursos de acción separados: adoptando las formas del nacionalismo que han parecido a muchos musulmanes contener el secreto de la supremacía occidental, o promoviendo el islam mismo como la única fuerza capaz de unir por doquier a los musulmanes y por ello asegurando otra vez su poder y dominación.
En las manos de los islamistas de hoy y con la complicidad de la misma Europa, estas dos posiciones han demostrado que se reforzaban recíprocamente.

En Europa, las guerras mundiales del siglo pasado deshicieron y terminaron por desacreditar la idea de la nación-estado soberano, el motor de la preeminencia y confianza en los mismos continentales. En lugar de este arreglo político probado y comprobado, considerado ahora de golpe como anticuado y no funcional, se pensó que instituciones como la Unión Europea y las Naciones Unidas ofrecerían una base más firme para un nuevo orden mundial, que se basaría en normas legales universales y en el que el poder soberano se volvería superfluo.

Ha sido el resultante declive de la nación-estado europea lo que ha ofrecido una oportunidad única al islamismo, basado él mismo en una comunidad mundial, transnacional que ha sido unida por la fe y la tradición desde su origen y que tradicionalmente no ha hecho distinciones entre el reino de la fe y el del poder temporal.

Muchos movimientos ideológicos se han extendido y han fortificado la proyección moderna del islam trasnacional. Quizás el más famoso ha sido la Hermandad Musulmana, fundada por Hasan al-Banna en Egipto en 1928, con ramificaciones hoy en unos 40 ó 50 países.
Yaser Arafat y Ayman al-Zawahiri, lugarteniente de Osama ben Laden, son algunos de los formados por la Hermandad. Su inspiración más reciente deriva del egipcio Sayyid Qutb, cuyos tres años de estancia en EE.UU., a finales de los 40 y principios de los 50, le convencieron de que Occidente y todo lo que representaba tenían que ser rechazados, mientras que el islam ya ofrecía a cada musulmán estado, nación, religión e identidad, todo a la vez.
Arabia Saudita se ha gastado miles de millones de petrodólares financiando a grupos, incluidos grupos terroristas, que defienden esta idea.
La revolución de 1979 liderada por el ayatolá Jomeini en Irán fue una primera prueba del nuevo equilibrio de fuerzas entre un islam transnacional en ascenso y la nación-estado occidental en declive. Los países europeos, que parecían en el periodo posbélico haber perdido en buena medida la voluntad de responder a las agresiones internas, no ofrecieron oposición al régimen totalitario de Jomeini ni pusieron trabas a su expansión. Lo que dejó a los Estados Unidos, todavía una nación-estado, comprometido a defender su soberanía. Además, para los ayatolás y sus aliados, EE.UU. representaba la encarnación final del Gran Satán, idóneo para ser objeto una guerra santa.

Éste sigue siendo hoy el caso. Mientras tanto, sin embargo, una batalla de una clase diferente pero no menos decisiva ha tenido lugar en Europa, donde se han asentado unos 20 millones de musulmanes. Gracias por una parte a su elevada natalidad y por otra a una natalidad inferior a la tasa de reemplazo, normal entre los europeos, los hechos demográficos no dejan de sugerir un continente maduro para un esfuerzo decidido que haga avanzar el programa islamista.

En su alcance global y en sus intenciones agresivas, la ideología islamista tiene cierta similitud con otro sistema de creencias transnacional: el comunismo.
Como los islamistas de hoy, los comunistas de épocas anteriores se vieron a sí mismos envueltos en una lucha apocalíptica en la que cada miembro de un partido comunista se comportaría en cualquier lugar como soldado de primera línea, y en el que el terror se contemplaba como medio lícito hacia la victoria en una guerra hasta el final.

Compárese las palabras de Stalin "Si el enemigo no se rinde debe ser exterminado" con el rechazo del líder de Hizbollah en Líbano a negociar con Occidente o a solicitar concesiones porque "Queremos exterminaros". Para el jeque Omar Bakri Muhammad, sirio nacionalizado británico que ha dirigido hasta hace poco un grupo llamado al-Muhayirun, los terroristas del 11 de septiembre eran "los magníficos diecinueve"–o, como él lo explica, la vanguardia de un ejército de "nuestros hermanos musulmanes del exterior [que] vendrán un día y conquistarán esto."

En toda la guerra fría, las democracias europeas amenazadas por el expansionismo soviético albergaban a partidos comunistas, así como una gama de organizaciones combativas palmariamente dedicadas a la paz, la amistad y la cultura, pero en realidad manipuladas por los soviéticos. Además, mucha gente de todos los ámbitos se acomodaba al comunismo con diverso grado de intensidad emocional y por razones variadas, como el deseo de estar en lo que suponían el bando ganador y el contrario miedo a terminar en el bando perdedor.

Cada uno de estos factores, en forma convenientemente modificada, está presente hoy. La reserva de reclutas locales del que se abastecen los islamistas es muy grande. De los 20 millones de musulmanes de Europa, se estima que 5 o 6 viven en Francia, al menos 3 millones en Alemania y 2 millones en Gran Bretaña, 1 millón en Holanda y otro en Italia, y medio millón en España y otro en Austria.

Es verdad que la mayoría de los inmigrantes musulmanes en Europa vienen con esperanzas de una vida mejor, y que tales esperanzas son más importantes para ellos que los recelos que pudieran abrigar por vivir en una sociedad gobernada por los no musulmanes –algo prohibido históricamente en el islam.
Además, muchos se han asimilado con mayor o menor esfuerzo y, igual que otras minorías, se han incorporado como musulmanes-británicos, musulmanes-franceses, musulmanes-italianos y demás.
La vida religiosa florece: si hace medio siglo había un puñado de mezquitas en Europa, cada uno de los países importantes tiene más de mil, y Francia y Alemania tienen cada uno entre cinco y seis mil. Los grupos de presión, lobbies y grupos de asistencia musulmanes actúan por todas partes eficazmente; sólo en Gran Bretaña hay 350 grupos musulmanes de una clase u otra.

Entre estas variadas organizaciones, sin embargo, muchas funcionan como frentes islamistas. Inspirados por Arabia Saudita o el Irán jomeinista, por la Hermandad Musulmana o al-Qaeda, trabajan para minar la democracia de cualquier modo que pueden, igual que lo hicieron las organizaciones frentistas soviéticas.
Impulsan a los inmigrantes a rechazar el proceso y la idea misma de integración, incitándoles como un asunto de religión e identidad a asumir una actitud de oposición a las sociedades en las que viven. Las cuestiones de interés islámico han sido hábilmente agrandadas y convertidas en escándalos para fomentar la animosidad de todas las partes y así demorar o impedir la integración en la corriente principal de la vida europea.

La famosa fatwa de 1989 que condenaba a muerte al novelista Salman Rushdie por ejercer su derecho a la libertad de palabra como ciudadano británico fue un primer ejemplo de esta táctica de perturbación y agitación. Otro más ha sido el intento en Gran Bretaña de erigir un "parlamento" musulmán que reconozca sólo la legalidad de la ley islámica (sharia), y no el derecho del país. Otro más ha sido la insistencia, en Francia, en que las jóvenes lleven el hichab en las escuelas públicas, un uso que atenta claramente contra los ideales del republicanismo francés y que no es un mandamiento islámico.
Los planteamientos tácticos tras estas provocaciones fueron bien expresados por un líder de al-Qaeda que, llamando a los musulmanes británicos a "poner a Occidente de rodillas", añadió que ellos, "los nativos y no los extranjeros", tienen ventaja ya que comprenden "la lengua, la cultura, el país y los usos comunes del enemigo con quien coexisten".

Otro fenómeno familiar desde la época soviética ha reaparecido últimamente en Occidente, y es la adaptación, o "compañerismo de viaje", entre los no musulmanes. Los "compañeros de viaje" izquierdistas ayudaron antaño a producir un clima de opinión favorable al comunismo. Muchos sabían exactamente lo que estaban haciendo. Otros solamente tenían buenas intenciones; eran lo que Lenin llamó "tontos útiles".
De igual manera, los "compañeros de viaje" islamistas y los tontos útiles están tejiendo actualmente un clima de opinión que impulsa los fines del islam radical y daña profundamente las esperanzas de reconciliación.

Como en los años 30 y durante la guerra fría, los intelectuales y los periodistas están en cabeza. Llueven libros desde las imprentas para justificar todo lo que los musulmanes han hecho en el pasado y en la actualidad están haciendo.
Igual que las agresiones soviéticas fueron llamadas actos de autodefensa contra el belicoso Occidente, hoy los terroristas de al-Qaeda, o los terroristas chechenios que mataron a niños en Beslan son llamados en los medios de comunicación militantes, activistas, separatistas, grupos armados, guerrilleros –en resumen, todo menos terroristas.
Docenas de apologistas pretenden que no hay conexión entre la religión del islam y los que practican el terror en su nombre, o sugieren que los líderes occidentales no son mejores e incluso que son peores que los asesinos islamistas. Así Karen Armstrong, conocida historiadora de la religión, escribe: "Es muy difícil a veces distinguir entre Mr. Bush y Mr. Ben Laden."

Una forma de "compañerismo de viaje" islamista se disfraza como una llamada a la "tolerancia", o la "diversidad", y ha penetrado directamente en el mundo de la opinión europea y de las instituciones europeas.
El historiador comunista británico Christopher Hill concluyó una vez un libro sobre Lenin con un reverente recital de los epítetos que el partido había inventado para glorificarlo.
Los musulmanes devotos terminan la mención del Profeta Muhammad con la invocación: "La paz sea con él". Esta costumbre se acaba de deslizar en una biografía del Profeta compuesta por un escritor británico aparentemente no musulmán. Para estimular a tales actos de deferencia, ha habido un esfuerzo complementario para sofocar las opiniones contrarias o no tan completamente respetuosas.

Cuando el conocido novelista francés Michel Houellebecq dijo que el islam era odioso, estúpido y peligroso, las organizaciones musulmanes y la Liga por los Derechos del Hombre lo llevaron a juicio, igual que la escritora italiana Oriana Fallaci fue demandada por un libro que vinculaba los ataques del 11 de septiembre con las enseñanzas del islam. Aunque ambos escritores ganaron sus juicios, el efecto intimidatorio fue evidente.

Las instituciones que han sido afectadas por la corrección islamófila son incontables.
En Gran Bretaña, un juez ha prohibido a los hindúes y a los judíos formar parte de un jurado si se juzga a un musulmán. La Comisión Británica para la Igualdad Racial ha establecido que las industrias faciliten salas de oración para musulmanes y les remuneren sus ausencias en las fiestas religiosas.
En una ciudad de Midlands, se rechazó una propuesta para renovar una estatua centenaria de un cerdo por temor de ofender a los musulmanes.
El British Council, organización internacional para las relaciones culturales, despidió a un miembro directivo que publicó artículos en el Sunday Telegraph demostrando que las raíces del terror y la yihad se nutrían en el suelo del islam.
La BBC canceló el contrato de un popular periodista de televisión porque supuestamente utilizaba un lenguaje negativo para describir la contribución islamo-árabe a la humanidad.

La sociedad comercial se ha apresurado a acomodarse a las sensibilidades musulmanas reales o imaginadas:
Un banco británico presume de que cumplirá las prohibiciones de la sharia sobre los usos del dinero.
El estado alemán de Sajonia-Anhalt se ha convertido en la primera institución europea en emitir un sukuk, o bono islámico.

La sociedad religiosa no va a la zaga: mientras Ben Laden habla de arrebatar España ("al-Andalus") a los infieles mediante la violencia, la catedral de Santiago ha considerado quitar la estatua de Santiago Matamoros [en español el original], por si ofendía a los musulmanes.
Por la misma razón, el cabildo sevillano ha quitado al rey Fernando III, hasta ahora el santo patrón de la ciudad, de las fiestas porque combatió a los moros durante 27 años.

En Italia, donde los islamistas han amenazado con destruir la catedral de Bolonia por un fresco que representaba al Profeta Muhammad en el infierno (donde Dante lo puso), se ha pensado en suprimir la obra de arte de las paredes.
Incluso el Papa ha pedido disculpas por las Cruzadas.
En la secularizada Dinamarca, el Corán (y no la Biblia) es lectura obligatoria para los estudiantes de secundaria. Y así sucesivamente.

La distancia a la que los apologistas del islam están dispuestos a ir está bien ilustrada por el caso de Tariq Ramadan, profesor de estudios islámicos en la Universidad de Friburgo en Suiza y escritor y conferenciante popular. Como se sabe bien, la universidad americana Notre Dame ofreció recientemente a Ramadan un contrato, pero las autoridades de inmigración norteamericanas han rechazado su solicitud de visado hasta ahora.
Esto ha producido algunos ejemplos clásicos de prejuicios de "compañerismo de viaje" tanto a los norteamericanos como a los europeos ofendidos por este motivo. Una carta al Washington Post protestando por el trato a Ramadan quiso explicar su supuesto mensaje a los musulmanes occidentales: "deben encontrar valores comunes y edificar con los conciudadanos una sociedad basada en la diversidad y en la igualdad."

No basta. Lo que Tariq Ramadan ha propuesto realmente en sus escritos y enseñanzas es que los musulmanes de Occidente deberían actuar no como ciudadanos incorporados que buscan vivir con "valores comunes", sino como si estuvieran ya en una sociedad de mayoría musulmana exentos por tanto de tener que hacer concesiones a la religión de los otros.
Lo que Ramadan defiende es una especie de imperialismo al revés. En su pensamiento, los musulmanes en los países no musulmanes deben sentirse autorizados a vivir en sus propios términos, no bajo los términos de la tolerancia liberal occidental, la sociedad en conjunto debería sentirse obligada a respetar esa elección.

Ramadan resulta ser nieto de Hasan al-Banna, fundador de la Hermandad Musulmana, pero es también un escritor circunspecto. De hecho, suya es una expresión relativamente "moderada" y matizada de imperialismo islámico al revés.
Más abiertamente, y con una amenaza implícita de violencia, Dyab Abu Jahjah, libanés establecido en Amberes, ha denunciado el ideal occidental de asimilación como "violación cultural", y pretende llevar a todos los musulmanes de Europa a una sola comunidad independiente.
Él, también, no hace falta decirlo, tiene sus defensores y apologistas entre los progresistas europeos.
(Entre los defensores se encuentra el presidente de España Sr. Zapatero).

O considerar la recepción europea de Yusuf al-Qaradawi, heredero de Sayyid Qutb como autoridad religiosa de la Hermandad Musulmana. Buscado por terrorismo en su Egipto natal, al-Qaradawi vive ahora en Qatar.
Al-Qaradawi como Tariq Ramadan en Suiza, subraya que los musulmanes deben apartarse de la democracia liberal practicada en Occidente mientras al mismo tiempo se aprovechen de sus beneficios y ventajas. Pero va mucho más lejos. A diferencia de Ramadan, aprueba pegar a la esposa en las formas sancionadas por el Corán; respecto a los homosexuales, no sabe si deberían ser arrojados desde un acantilado o azotados hasta morir. Este año incluso, en una ceremonia oficial en el City Hall de Londres, al-Qaradawi fue agasajado como "estudioso islámico muy respetado" por el alcalde de Londres, Ken Livingstone. "Eres muy, muy bienvenido", le agasajó Livingstone, antiguo defensor entusiasta del orgullo gay.

También apareció este año en Londres el jeque Abdul Rahman al-Sudayyis, un veterano imam de la Gran Mezquita de La Meca; entre sus múltiples distinciones, al-Sudayyis ha vituperado a los judíos como "la hez de la raza humana, las ratas del mundo, los violadores de los pactos y acuerdos, los asesinos de los profetas y la descendencia de los monos y cerdos". El adjetivo distinguido y respetuoso de “monos” corresponde a los judíos, mientras que el de “cerdos” lo reservan a los cruzados, (cristianos).
Junto a este apóstol de "la diversidad y la igualdad" estaba un joven ministro del gobierno de Blair.

La Islamic Foundation, uno de los numerosos grupos musulmanes de Gran Bretaña, tiene un retoño llamado el Markfield Institute. En julio, el Times de Londres relacionó a la fundación y al instituto con el terrorismo. Un lector ofendido de nombre inglés protestó: "Espero que Markfield... será autorizado a ayudar a los musulmanes a practicar su fe en paz y respeto, en una Gran Bretaña multicultural". Otro lector, un canónigo anglicano de la diócesis de Leicester (ciudad actualmente con mayoría musulmana), afirmó que el instituto sólo estaba tratando de enseñar a los imames y a los jóvenes musulmanes a funcionar en las instituciones británicas.

En el mismo espíritu y con el mismo vocabulario, la "compañera de viaje" Beatrice Webb solía exponer las virtudes trascendentes del modelo social soviético. Afirmaciones cándidas, falsas y peligrosas de esta especie son ahora comunes y corrientes.

En el reino del islam clásico, los cristianos y los judíos vivieron antiguamente como dimmis–es decir, minorías con derechos de segunda clase, tolerados pero discriminados por la ley y la costumbre.
Muchos musulmanes contemporáneos parecen idealizar esta perdida supremacía sobre otros hombres y aspiran a reconstruirla. Una manera de trabajar en pro de este fin es por medio de la violencia y el terror.
Otra, al modo de Tariq Ramadan y Yusuf al-Qaradawi, mediante la palabra, ¿Dialogo de civilizaciones?

De uno y otro modo, el proyecto está adelantando. Sintetizando los logros colectivos hasta ahora, Bat Ye'or, historiadora de la "dimmitud", ha escrito que "Europa ha evolucionado de una civilización judeo-cristiana con importantes elementos post-ilustrados y seculares a ... una sociedad intermedia musulmana secular con sus costumbres judeo-cristianas desapareciendo rápidamente". Denomina a esta entidad en transformación "Eurabia".

Si este es el caso, o está llegando a ser el caso, ¿puede asombrar que algunos europeos estén cambiando de bando, para estar en el bando ganador? El puro impulso y la confianza cultural mostrada por los portavoces islamistas pueden tener algo que ver con el hecho de que cada año miles de personas en toda Europa se convierten al islam.
Alguno de estos conversos, desde Gran Bretaña, Francia y Alemania, pasando directamente de las palabras a la acción, han llegado a jugar un papel desproporcionado en el terrorismo y la militancia islamista.

Así, en una concentración organizada en Londres el año pasado por un vástago radical de la Hermandad Musulmana, una elevada proporción de los manifestantes claramente no procedían de Oriente Medio. En un juicio reciente en El Cairo en que tres ciudadanos británicos fueron condenados a prisión por subversión e intento de terrorismo, dos eran ingleses nativos con nombres ingleses. Fueron sacados de la sala lanzando gritos desafiantes contra Occidente.

Hay ciertamente musulmanes en Europa que ven con horror lo que se está haciendo en su nombre, y que desean no tener nada que ver con la idea de que están autorizados a vivir en Occidente como conquistadores. Por razones completamente obvias pocos de ellos tienen el valor para decirlo públicamente. Uno de los poquísimos escribió recientemente una carta al Times londinense, dando su nombre y dirección, y diciendo que describe a su comunidad como la gente con quien trata de relacionarse. Continuó: "No todos nosotros suscribimos la misma forma de ser musulmanes, ni llevamos nuestras creencias a la esfera cívica y política". Pero continuó: "Tristemente el público no siempre conoce nuestro punto de vista, porque los únicos musulmanes consultados son los que quieren llevar al islam a la esfera política".

No se podría pedir un rechazo más claro no sólo de todos los proselitistas tipo Hermandad Musulmana sino, con mayor acritud aun, de la actitud condescendiente e indulgente adoptada hacia ellos por las instituciones europeas.
Aquellos que en Europa se han esforzado mucho o poco para extender privilegios especiales a los musulmanes mientras denigran sutilmente su propia identidad nacional y su cultura han ayudado a abrir el camino al separatismo y a la agitación islámicos. Por tanto, han acelerado ese choque de civilizaciones que ellos (o algunos de ellos) neciamente suponen estar evitando.

Si Bassam Tibi está en lo cierto al afirmar que "o el islam se europeíza o Europa se islamiza", hay poderosas fuerzas trabajando para excluir la cuestión.

David Pryce-Jones, analista político británico, es editor veterano de National Review y autor, entre otros, de libros como The Closed Circle y The Strange Death of the Soviet Empire. Una versión anterior del presente ensayo fue distribuida en una conferencia en la Universidad de Boston, en octubre.




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